martes, 17 de marzo de 2009

La Promesa 2/12

Les hará bien estar solos le repetía Augusto, así se darán cuenta que de lo que tienen cuando lo pierdan– sabias palabras – además estarán juntos como siempre, ellos saben cuidarse, consolaba a la madre.

Augusto llevaba la procesión por dentro, no solo por sus hijos, sino también por su Papá que se encontraba delicado y por eso le harían una Misa.

Se divirtieron como nunca, comieron hasta saciarse, jugaron hasta morir, siempre juntos jugaban fulbito en la playa, corrían en el parque, en su barrio jugaban a las escondidas. Jamás el tiempo fue tan corto, y la alegría tan grande...

Uno, dos, tres,... cincuenta. ¿Qué raro? no hay nadie; pensaba Julián primogénito de Martín. Buscando a sus amigos cuando todos habían vuelto a casa para cenar.

Miguel y Renzo mirándose y sonriéndose de la maldad que habían hecho con su primo. Cuándo Julián regresó, Miguel pidió perdón y prometió jugar limpiamente y como muestra se ofreció a buscarlos a Renzo y al resto de sus primos (dentro de la casa). Uno, dos... cincuenta. ¡Allá voy!.

Aquella medianoche Miguel y Renzo se reían al recordar como después de casi 1 hora y media salió Julián de su escondite mientras estos se disponían a dormir; ¡jamás los había buscado!.

Iban a la playa con sus primos y algunos amigos de estos, jugaban con la arena, se tiraban barro, una pichanguita, etc. Martín les enseño a pescar (si perder el cordel mientras lo tiras es pescar), todos miraban y escuchaban atentamente a Martín los pasos para ser un “buen” pescador.

Aunque este solo se lucía con los niños y se jactaba ante ellos de ser uno de los mejores pescadores del lugar ni siquiera siendo pescador de oficio. Es muy fácil decía, cogen la madeja, en el cordel colocan el anzuelo, lo amarran muy fuerte con el nudo del cangrejo.

Después ponen la carnada y listo. A comer pescado. Luego de unas horas; un pescador, veterano él, se apiadó de ellos... más de Martín, y así como así, de pronto el cordel de Martín empezó a picar. Y uno tras otro el cordel de Martín picaba a cada momento siendo la admiración de los presentes (de los niños por supuesto).

Los ojos de Martín brillaban, e hizo un sin fin de agradecimientos en silencio, a aquel Solitario que lo había ayudado. Los niños pescaron un resfriado...

La suave piel diáfana era recorrida por el calor, el aliento,
la cómplice respiración,
los latidos sin fin del cómplice corazón,
que la atacaban sin cesar y sin tregua,
cayendo bajo el yugo de la pasión.

Esa pasión insana e irresistible
que nos convierte en nuestra antitesis.
Ese perfecto complemento
de nuestra rara naturaleza.
Naturaleza misteriosa como los sentimientos
esos sentimientos que guarda el corazón.

Dos corazones en la batalla
la batalla ha empezado
es cruda y hostil
bravía sin fin
como la mariposa contra el viento
un viento que alimenta el fuego
el fuego que arrasa los cuerpos
los cuerpos que recogen el sudor
… y también los sentimientos.


-silencio-
Tenia miedo
¿De que?- (sobresaltado)
De que no iba a ser lo mismo.
Por qué lo dices?. – totalmente desconcertado
No lo sé.
Aprovecha para hablar ya que ellos no están. -asustado

Pensaba que no ibas a estar en forma – soltando una carcajada y besándolo
como compadeciéndolo y también complaciéndolo -.

Las noches (y los días) no fueron tranquilos por dos semanas.

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